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La Catedral

La basílica custodia la “cátedra” del Papa, símbolo de su ministerio. Las cátedras académicas están constituidas por un atril o una mesa para apoyar los libros; las de las catedrales, en cambio, por una sede, porque la fe se transmite, ante todo, con la palabra hablada y con el testimonio. 

Enseñar es una de las expresiones más hermosas de la caridad. “Enseñar al que no sabe”, “dar buen consejo al que lo necesita” y “corregir al que se equivoca” son obras de misericordia espirituales: el obispo de Roma -y con él, la Iglesia- ha recibido de Cristo el encargo de predicar, ya que el ser humano necesita palabras que iluminen su vida. Esta necesidad está viva hoy, en un tiempo desorientado similar al de Cristo: «Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6, 34).

Desde la cátedra, el pontífice no enseña o afirma sus propias opiniones, sino la Palabra de Dios, de la que es servidor, para que resplandezca ante todos. 

La cátedra actual es una reconstrucción realizada tras los trabajos de ampliación del ábside en el s. XIX. De la precedente, construida en el pontificado de Nicolás IV (1288-1299), se conserva solo el supedáneo, en el que figura un bajorrelieve con cuatro figuras demoniacas -áspid, león, dragón y basilisco- que representan el mal que Cristo ha vencido, y que aluden al salmo 91,13: «Caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones». El Papa, vicario de Cristo, los pisa al sentarse en la cátedra.

Estas imágenes enseñan que el mal existe y que hay que combatirlo; y que Cristo es infinitamente más fuerte, porque protege la Iglesia de los asaltos del enemigo y, sobre todo, porque puede arrancar de las manos del maligno a quien está en pecado y en la muerte, como anuncia la fe: Cristo descendió a los infiernos y sacó de allí a todo el género humano. No hay que olvidar el mal, sino que es preciso combatirlo activamente. 

El ritual de la elección de cada nuevo Papa se concluye, también hoy en día, con la toma de posesión de esta cátedra. El pontífice se dirige a San Juan de Letrán partiendo de San Pedro, y se sienta sobre la cátedra rodeado de todo el clero de Roma, que reza por él y le aplaude. 

 

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