San Juan fue la primera basílica cristiana construida expresamente para reunir a toda la comunidad ciudadana en torno a su obispo. Pero ya antes de la llegada al poder de Constantino, los cristianos habían comenzado a construir iglesias: de ellas se tienen, principalmente, testimonios literarios que afirman que en Roma existían entonces unas cuarenta; mientras que el desarrollo artístico se evidencia en el arte precedente de las catacumbas. Esto demuestra que el cristianismo, a pesar de estar perseguido, era tan vital que necesitaba lugares y medios de expresión propios.
Entrando en la basílica, se observa la volumetría de las antiguas basílicas paganas: en efecto, fue erigida por los mismos arquitectos que construyeron las basílicas de los Foros Imperiales, pero con evidentes modificaciones.
Ante todo, en las basílicas paganas se entraba por el lado más largo, y había un ábside en cada lado corto, a la derecha y a la izquierda de la entrada. En cambio, en San Juan de Letrán se coloca la entrada por primera vez en un lado corto, ya que el edificio está orientado hacia el único ábside -situado frente al ingreso-, que representa a Cristo que viene al encuentro de quien celebra la Eucaristía.
La posición del altar constituye la segunda gran novedad: mientras que en los templos antiguos estaba en el exterior del edificio, ahora está en el interior, y sobre él ya no se degüellan animales, sino que celebra el único y eterno sacrificio de Cristo presente en la Eucaristía.
Además, mientras que en los templos paganos el pueblo permanecía en el exterior, en la basílica cristiana -de la que San Juan es el prototipo que será imitado en todas partes- hombres y mujeres, esclavos y libres, nobles y plebeyos, son admitidos juntos a la Eucaristía.
Del edificio constantiniano se conservan las dos columnas a derecha e izquierda del ciborio.
En Roma, Constantino subvencionó no solo la construcción de la basílica del Salvador -llamada posteriormente San Juan de Letrán- sino también la de otras nueve basílicas. Para la construcción de la de Letrán, donó el terreno del cuartel de la guardia privada de Majencio. Se siguió utilizando el topónimo “de Letrán” (“in Laterano”) porque con anterioridad el lugar había pertenecido a la familia de los Lateranos.