El Papa León III (795-816) quiso realizar, tomando como modelo las salas del palacio imperial de Constantinopla, dos triclinios decorados con mosaicos y revestidos de mármol, que sirvieran como estancias dedicadas a la celebración de los banquetes de representación. El mayor triclinio, que tenía 68 metros de longitud, estaba situado de forma perpendicular al lado norte de la basílica. Estaba destinado a los banquetes oficiales, y ricamente decorado con mármoles y grandes nichos semicirculares en los que se disponían los accubita (triclinios) y las mesas. El espacio estaba decorado también con una gran fuente de pórfido rojo.
En el s. XVI, la gran sala del triclinio fue demolida; solamente se conservó el gran mosaico absidal, que fue restaurado en 1625 por mandato del cardenal Francesco Barberini. Sin embargo, en el s. XVIII este mosaico se desmontó y se guardó en los almacenes eclesiales para realizar la fachada de la basílica. Posteriormente, en 1743, el Papa Benedicto XIV encargó al arquitecto Ferdinando Fuga un templete donde se pudiera colocar de nuevo el mosaico; por eso, hoy día destaca sobre el templete el escudo papal de este pontífice.
El mosaico representa diversas escenas de la vida de Cristo y de la Iglesia. En el centro, aparece Jesús que confía a los apóstoles la misión, confirmada también por la cita evangélica que se ve más abajo, en la inscripción en la que se leen las palabras finales del capítulo 28 del Evangelio de Mateo.
En el arco, a la izquierda, Cristo sentado en un trono entrega las llaves al Papa Silvestre, y el lábaro imperial a Constantino; a la derecha, San Pedro entrega el palio al Papa León III y las insignias imperiales al primer soberano del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlo Magno. En la inscripción sobre fondo azul que corre en torno al perímetro del ábside se leen las palabras del Gloria in Excelsis Deo.